viernes, 16 de diciembre de 2016

Iguana-man.





Hace poco un amigo me dijo que los escritores autodidactas solían tener durante el período de aprendizaje épocas de sequía, y no me refiero a esa sequía que los escritores llaman bloqueo. En realidad hablo de un receso importante en la producción, el mismo que yo vengo sufriendo desde hace un par de meses u que de traduce como una negación extraña, diríase aversión, hacia todo lo relacionado con la escritura. Vamos, que veo una letra y ya mismito me amarro a dar gritos como la actriz de psicosis en la ducha.

Posiblemente no sea ni seré nunca un escritor auténtico, pese a que muchos poetas con oficio me han dicho, por activa y por pasiva, que tengo madera para esto de los versos, sigo empeñado en que no lo soy, la prueba está en que no siento pena alguna por mi prolongado desgano creativo.

Ni frío ni calor, la verdad sea dicha.

No sé de qué le sirve a otros poetas el arte de versar, a mí desde luego me ha consolado y mucho en los momentos duros, y hasta me ha valido para escurrir el bulto en esas ocasiones en las que el amor de mi vida reclamaba mi atención en situaciones en las que el horno no estaba para galleticas ni yo, sinceramente, para interpretar el papel de amante atento:

—Madison, me han pedido una foto de alta resolución para una revista ¿te encargas tú de enviarla?

Me propone  ella.

—Ahora no puede ser, amor, estoy escribiendo.

Y, ¡zas!... portazo que te crió y taconeo en versión huida corredor a través, porque mi amor sabe bien que cuando un tipo está pariendo un poema, hay que dejarlo hacer en paz no vaya a ser que el vástago salga torcido.

Sí, mi amor tiene la enferma costumbre de usarme como contenedor. Siempre vacía en mí todas sus movidas de última hora y frustraciones profesionales, y no le basta con desahogarse sino que, además, pretende que yo le solucione su papeleta.

—Cariño, dile a tu mánager que te lo solucione. Es su trabajo, para eso se lleva el 16%.

Le sugerí.

—Pues podrías arreglarlo, coño, que también eres mánager.

Me sugirió ella.

—No perteneces a nuestra oficina, amor (gracias a dios), ya te vale reina, que me estás rayando. Yo también tengo mis asuntos chungos y no te los cuento.

Eso le dije.

—Déjame hablar, Madison, nunca me dejas hablar.

Eso me dijo, como si yo la hubiera amordazado, antes de continuar largando.

 A esas alturas de su desahogo yo ya no estaba por la labor de llevarle la contraria, tranquilizarla o lavarle el cerebro... Haciendo honor a la sinceridad, ese preciso día yo no estaba por la labor de nada ni de nadie.

Si mi mujer, o algún otro miembro de mi clan, me hubiera comunicado que en ese instante estaba en posesión de una mochila bomba y que se disponía a volar la casa familiar, yo no habría hecho nada por impedirlo

Sí. Parece ser que mi desidia no es solo literaria. O quizás mi desidia personal, con su potentísimo poder a lo gas mostaza, acabó por infestar a mis musas y mis ganas.

Lo cierto es que luego de tanto tiempo sin escribir ni una miserable, puta palabra, para no perder la costumbre de inventar o quizás porque, caray, la capacidad de crear imágenes es el único punto de encuentro entre el oficio y yo, mientras la arenga de ella transcurría en diferido, me dio por imaginar que yo era una iguana.

Sí, una iguana que vivía sola en su terrario. Una iguana muy orgullosa de su cresta, arrebatada, loca perdida con su arenita y con sus piedras, con su ración diaria gratis de fruta y de verdura de buena calidad; col rizada, champiñones, hojas de mostaza, hojas de diente de león... y lo mejor de todo el invento: una iguana soltera y sin compromiso; una iguana sin perrito ni gatico (como dicen en mi tierra), un bicharraco verde y feliz de no tener una esposa verde chillón, de ojos saltones, con una cresta a juego con la suya empeñada en hacerle la putada con todo ese asuntico de la crisis y de la cultura en España (pura mierda), y todo ese avasallamiento que todo artista español que pretenda mantener a su prole (aunque eso ya lo hago yo, reina mora) sufre a día de hoy en sus carnes.

Si para algo sirve la poética es, por supuesto, como válvula de escape. Mientras la bella largaba por esa boquita de pitiminí, yo (Juanito la iguana)  abrí a todo gas el grifo de los versos.


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"Iguana-man".


Claro que sí, mi vida, yo también
tengo la vida, amor, hecha un desastre.

Estoy lo que se dice muy hecho polvo.

Soy una iguana enorme 
a la que le da igual ver la vida pasar 
a través del cristal de su terrario.

Ya sé: me necesitas.

Necesitas un héroe al que comerle
cada día la oreja con tus penas,
pero el héroe que buscas, el de antes, 
gasta ya muchas canas.
Al Superman de hoy 
le importan un pimiento el mundo, el universo 
y todas sus milongas,
los llamados terrestres
y las crisis.

Si no te importa, cielo, papi se desconecta. 

Se está de puta madre en el terrario. Corto y cambio.

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Y ahí quedó la cosa, en un poema. Aunque ni puta idea de cuando vendrá el próximo. Tampoco es que me esfuerce mucho, porque como ya les he dicho:

¡Se está de puta madre en el terrario!