miércoles, 13 de diciembre de 2017

Okan* para dormir a una Yalodde.






I.



Siempre supe que nunca me querrías.

Siempre supe que no serías mía
ni aunque yo le prendiera fuego a toda mi quinta
y recapitulara una corona y un trono a tu medida.
Nunca serías mía, ni aunque yo le ofreciera
mi corazón brincando, todavía,
y todas las novelas que aún no he escrito
a una legión de tribus invasoras,
ni aunque yo me entregara en sacrificio
a los dioses, los nuevos, los antiguos
con un salto del ángel,
que hubiera hecho historia, desde el Niágara.

Tú nunca me querrías
ni aunque el "Cierva dorada" regresara
desde la misma muerte victorioso.
No me querrías jamás
ni aunque yo en gallardía le ofrendara
a Yemayá Olokum* desde proa
palomas y guirnaldas de miosotis,
opeles y pulseras de esmeraldas
al despuntar el alba.

Tú a mí no me querrías, me echarías
de una patada a la maldita calle
si un día me encontraras al regresar del super
exponiendo mi amor en tus portales
porque las musas son solo eso: musas.
Y aunque nunca cediste tu aquelarre
a mis cuitas y llantos de guerrero,
(el miedo a ciertos brujos debilita, como un acorde frena los desplantes
asesinos que guían a las fieras)
yo siempre quise,
amor que dios y el universo se empeñan en negarme,
contigo hacerme tanto, tanto daño.

Y no tengo el coraje de olvidarte.



II.



Ahora ya llevo dentro tu veneno
y no hay ningún antídoto que calme
los temblores y el frío traicionero,
las fiebres que producen
los delirios oscuros, los cobardes.

Ya nada puede contener el frío.
Mi cama, todo el piso
es un páramo blanco que me deja
paralizado, listo
para  ese festival
de esculturas de hielo que se celebra en China.

Que ingenuo fui al pensar que mi palabra
podría darte el mundo,
que el mundo contenido en esos mundos
en los que yo pasaba
tantas horas evadiendo los míos
cumpliría el milagro de embrujarte.

Pero mi amor jamás podría embrujarte
porque todo mi amor (y mire que yo gasto una pasión
a prueba de catástrofes nucleares),
se moría a dos pasos de tu casa;
tú "Frozen" siempre aparecía y lo mataba
con su vieja katana
ojo de tigre
por más que yo fletara
misiones imposibles a los fiordos
nevados de tu cuarto.
Mi amor no te hace bien, más bien te mata.



III.



No más cantos de amor, no más martirio.
No más cuencos de miel
ni wemileres*
desnudo en tus solsticios.
No más naves galácticas,
Yalodde*,
violando tus espacios protegidos.



IV.


Te concedo, Yalodde que sostienes con tus himnos
los caminos de dios hacia mis selvas
ese silencio fantasmal que pides,
pues como bien alegas,
ninguna balacera de este mundo puede alcanzar el aura de un difunto
aunque eso signifique que padezca
la violenta condena de morir
bajo ese terremoto que es tu ausencia.

Todo se calla en mí si quiebras en pedazos,
con tu exilio de sedas coloridas
tapiando las ventanas de tu cuarto,
el islote a lo lejos y los barcos
que pueden conducirme
al país de la gracia de estar vivo.

Déjame,
déjame, amor, al menos
un trocito de luz en la ventana
para poder mirarte
cuando vuelva a sentir que estoy muriendo.











Glosario.



Okan: Tomado del término yoruba lucumí "Oka- kan", lazo sentimental indestructible, de corazón a corazón.


Yalodde: uno de los nombres por los que se conoce a Oshun, hija menor de Olodumare y diosa del amor, dueña del río y de la fertilidad. Sus devotos suelen ofrendarle miel y dulces aderezados con canela.


Olokum: hace referencia a Yemeyá Olokum, dueña de las profundices marinas y madre de la creación.


Wemileres: celebraciones en honor a las deidades yorubas africanas.