miércoles, 23 de octubre de 2019

Solo ellas, los chicos a un lado




   Odio a los psicólogos. Creo que mi aversión hacia el cuerpo de elite de la salud mental viene de aquella vez en que la psiquiatra de mi hermano Yeyo nos citó a mi madre, Gladys, y a mí para una sesión. De haber imaginado que aquel encuentro familiar en el centro de salud acabaría como el rosario de la aurora me habría quedado en casa.

   No podía verme porque aquello era una consulta médica y no había ni un maldito espejo, pero estoy seguro de que la expresión de mis ojos era la misma que la de Michael Jackson en Thriller al ver a mi madre levantarse de la silla y entrarle a bofetadas a mi hermano al oír que la acusaba de ser la causante (única causante, dijo Yeyo) de su jodedera con el alcohol y las drogas.

   Mi hermano dijo, además, que Gladys nunca se había ocupado de nosotros y, para rematar, que yo era un pobre infeliz enamorado de esa misma madre que ahora parecía más la niña del exorcista en pleno trance venga a dar hostias mientras el repetía: «Pues si no nos quería que no nos jubiera echao' pol' coño, doltora».

   No he pasado mayor vergüenza en mi puñetera vida que la de saberme descubierto frente a aquella doctora que contenía a duras penas a mamá (y yo a mi hermano), mientras mamá gritaba a voz en cuello unos improperios difíciles de emular aún para mí que soy el más macarra del mundo mundial.

   Por la cuenta que me trae aprendí a resolver mis traumas sin tener que sacar ante un miembro de ese decoroso cuerpo que cito al comienzo de la narración mis trapos sucios. Yo lo mío me lo lavo, como diría Alejandro Sanz, 'cuando nadie me ve’ y santa palabra. Que con el espectáculo que Yeyo y Gladys dieron en el Policlínico fue suficiente para aprender que para hacer la colada no hay que ser colegiado en nada. Solo con ser consciente de que chuparte una maratón en la HBO, no ducharte, fumar maria recién levantado, consumir comida chatarra y colaborar, activamente, en la extinción del tequila en tu despensa es estar emocionalmente.

   Ni siquiera hay que pasar por consulta para confesarle al doctor que enfrentas el día a tequilazos. Puros trancazos a palo seco, como Ivory y Freddy hicieron en la puerta de su caravana en ese cuento bestial de Truman Capote, Mojave, parte de la colección Música para camaleones, pero sin caravana porque tú de eso no tienes. Uno sabe que las cosas van mal cuando además de descargarle sin piedad al tequila va por la casa descalzo, maloliente y en gayumbos conectado a unos auriculares que te aíslan de la realidad oyendo en aleatorio: “Jardín d’hivern”, “ “Corcovado”, “So nice”...

So nice,
Jardín d'hivern
Corcovado
Corcovado... 
 
   Corcovado en estéreo, la imagen de un carrusel girando en Slow motion viva en mi cerebro macerado por el alcohol y Stacey Kent, la intérprete de Jardín d’hivern y de toda la puta lista en aleatorio, a lomos de un caballito de hojalata. Stacey flotando sobre la grupa de su caballito, como aquellas cuquitas de papel evanescente con las que las chicas de mi barrio jugaban en los 80 al Pret a porter. Stacey cantando y servidor observándola como un pendejo desde su búnker 'atequilado’, el búnker de ficción que he construido para evitar oirme repetir: «que ganas tengo de morirme».

   Supe que estaba más perdido que un tipo al que su puta le ha soplado una papela de burundanga en todo el careto el domingo en que la actriz afroamericana Whoopi Goldberg, en la pantalla de mi TV, miró con los ojos de una caguama chunga a punto de desovar la silla de ruedas que ocupaba el personaje de Ana en el film "Solo ellas, los chicos a un lado", interpretado por la actriz Mary Louise Parker, protagonista a título compartido con Whoopi y esa monstrua perfecta de la actuación que es Drew Barrymore.

   Ni se imaginan el gorrión que me entró al ver a Whoopi, cantante en paro y lesbiana en la peli, marcharse para siempre con la rica de Drew de la casa en la que quiso a todo dar a Mary Louise Parker (no, apaguen ya esa radio que ahí no hubo ningún lésbico, esas mujeres no llegaron a consumar el acto pese al cariño mutuo). Una chabola en la que a mí me habría encantado escribir el guión de aquella tremenda historia y una pila importante de novelas. Todas las que quizás no escribiré debido a mi propensión a ese estado que Jodorowski califica como depresivo y que me convierte en el mayor procastinador que ha existido en la literatura.

   Fue tan duro el batacazo que dejé de beber a escondidas y saqué con total descaro la botella de "Don Julio" del revistero junto al sofá. Claro que mi mujer me vio, pero no dijo ni esta boca es mía ni: «Juan, cariño, me prometiste el sábado pasado que dejarías la bebida». Como si a ella le hubiera interesado algunas vez la salud de mi hígado.

   Cualquier psicólogo diría que en mi estado es normal ver dramones y pasarse el día fumando marihuana y escuchando a Stacey Kent, una mujer que es lo más lacio que existe cantando sobre los cinco continentes. En cambio Jodorowsky, un tipo al que yo admiro y al que hago, sin que él se digne a agradecerme una chingada mierda, una publicidad muy efectiva, diría: "mire, no coma tanta basura. Coja al toro por los cuernos, que muerto el toro se le acaba (a usted) la rabia". Pero explicarle a Jodorowski que cuando estoy deprimido no tengo espíritu para ir a los toros es un hecho improbable ya que, para empezar, Alejandro y yo no hemos cruzado palabra y yo no tengo costumbre de ir a los toros.

   Lo que a mí me apetece cuando estoy depre' es plantarme frente a mi TV y chuparme un cacho de dramón como este que les digo: " Solo ellas, los chicos a un lado". Una peli gay donde sus protagonistas comparten una kely de dos pisos con ese encanto viejo que da el retro y un jardín que se parece una barbaridad al mío con un patio interior de la rehostia y en el que a mí me hubiera gustado, también, trincar a un ser, el que me hubiera tocado en esa vida de cine que jamás viviré. Soy mánager y no actor.

   De entrada les digo que si yo me revolcara en cueros por mi jardín como lo hicieron James Remar y Mar y Louis Parker en aquella escena en la que llegan pasaditos de tragos de la fiesta del pueblo sería, primero, el hazmerreír de todo Pedralbes y , segundo, motivo de expulsión justificada por parte de la comunidad de vecinos. Pero yo les juro por la salud de mis hijos que no me habría importado, en lo absoluto, que mi mujer en esa vida de ensueño que nunca viviré hubiera tenido ese cuerpo sin trasero y sin feeling de gata desvalida que tiene Mary Louise Parker en la vida real y que me hizo añorar todo el rato los circuitos de carreras por la impía ausencia de curvas peligrosas.

   De haber sido Mary Louise hubiera pasado, olímpicamente, del guión y le habría dicho a James Remar: "Vamos a ver, Remar, qué más dá que la cabrona de Whoopi te haya chivado que soy seropositiva. Si tienes tantas ganas de emborracharte y de joder conmigo hasta que amanezca, pues adelante. Ponte el 'sombrero' y monta ya la guagua por la puerta que sea de una bendita vez que estoy echando humo".

   Volviendo a mi depre, no supe que estaba metido en ella hasta las mismas orejas hasta que Mary Louise Parker pasó a mejor vida y desfilaron en pantalla los créditos, y tiré para la cocina a llorar para que Tony, la mujer que en realidad me tocó no se enterara que lloraba. Mamá y Tony son de esas mujeres que aseguran que los hombres no lloran. Mi Tony es una mujer que en lo absoluto le ha importado nunca el drama ni la literatura y a la que nunca he visto llorar, ni siquiera cuando nació nuestra primera hija.

   Sin embargo, allí estaba yo en mi cocina como un gilipollas pensando, mientras prendía el pitillo de maría, que mi vida junto a Tony, esa mujer real, es a veces hermosa en su conjunto y otras tan oscura por su causa que a uno le entran unas ganas terribles de matarse, sobre todo si ese día es domingo.

jueves, 7 de marzo de 2019

Maldito Zeus.









Tienes razón, es cierto.
nunca te he escrito nada.
Tantos años gozando de tu amor
y nunca algún poema
para el alma tan culta
que me cambió la vida.

El problema es que solo
se escribir de verdad cuando me hieren
y no tengo ni idea
de cómo resaltar a verso limpio
a quien tanto he querido
de manera prohibida.
Sí. Hay una mala rima
que no voy a cambiar.
Hoy quería versar de otra manera
pero no es culpa mía,
sino que mi pasión ha sido objeto
de la cruel maniobra
de esa loca ramera llamada poesía.
En fin, vivan las rimas.

Obtuvimos la marca de furtivos
el día en que firmamos nuestro acuerdo.
Quizás fuera
porque empecé a quererte allá en la Habana
bajo el estigma injusto que padecen
los amantes en Cuba
las familias perviven hacinadas
en cuartos
por esas situaciones político inventadas
por los hermanos Castro
uno se ve obligado a quererse en la costa
haciendo que de igual que el diente perro
le lascere la carne o a templar
en un portal inmundo.

Furtivos siempre fuimos
 y por culpa
de esa funesta y puta dictadura
no te dije jamás que eras mi cielo,
mi amor, lo que mas quiero,
mi inmenso gilipollas en un bar o en la calle.

Aunque eso ya no cuenta,
 te lo dije al oído
en todas esas noches tan oscuras
que anduvimos de gira,
en las camas de todos los hoteles,
los testigos
de esta historia de resiliencia dura.


************

            II.

Estoy cansado, amor,
cansado de correr
y de esconderme,
de huir como si fuera
una rata,
un oprobio
un asesino en serie
un cáncer un bandido
una pandemia
que amenaza a la tierra
con cagarle el negocio de la vida.

Qué lo sepas, cabrón,
voy a quererte en Rusia y en Pekín,
voy a gritarlo en Cuba.
Voy a gritar te quiero
aún con un tambor de ochenta balas,
una granada cierta jurando desgranar
su indignación de fémina ultrajada
en mi pecho:
Je t' aime
(bien alto, sí ya lo sé, es muy cursid ecir que te idolatro así, en galés).

¿Qué cojones importa
si te digo te quiero
en cubano, en Francés?
Querías un poema.
Tenías un berrinche garrafal
que retumbaba en Roma
porque yo le escribía poemas a la vida
y a todas las mujeres cercanas a mi lira,
y tú sin tu poema.

Querías un poema por todos los poemas
que no te he dado nunca
desde que he traducido la poética.
Aunque sabes, amor,
un poema
se queda bien cortito
ante todo el amor que te profeso.
Yo te quise, mi bien,
desde la noche aquella
en que Raúl cantó para los dos
tantas gilipolleces
de flechas y de enanos,
de eróticas manzanas
de ángeles, de espadas
de orgasmos y de lobos.
Te miré entre las sombras tan perfecto
cada músculo,
el gesto,
el sudor resbalando por tu pecho titánico
como un arroyo onírico
una quimera roja inalcanzable que invitaba
a sumergir los labios
en el veneno oculto en los guijarros
de su lecho.
«Santa Madonna..., dije,
dios ha enviado a Zeus a matarme,
el mismísimo Zeus en persona
va a partirme en pedazos con su rayo de killer
mi puto corazón de niño malo».

Te quise siempre, caro
desde el difícil día en que dijiste
admítelo, muchacho,
tú no quieres singarte a mi mujer,
quires templar conmigo.
Y yo cargué mi fuerza contra ti.
Te golpeaba en el rostro
y mi sangre y tu sangre inundaban mis manos.
¿Qué esperabas que hiciera, caro Zeus?
Mi cerebro de hombre no entendía
lo que su corazón de bisexual retransmitía.
Y te quedaste allí,
recostado en el suelo
negado a defenderte
con tu cara y tu fuerza
y todo tu intelecto olímpico de Zeus
repitiendo mecánico:
“No luches, Juan, admite que me amas”.

Si aún no sabes eso,
si no sabes el gozo de este amor...
es que no me conoces, “Zeus magnífico”.
Así que no me jodas, por favor,
con esa arenga estúpida
esa memés
de que solo le escribo a las mujeres.

Ya estoy hasta los huevos de escucharte decir
con tu boca de Zeus destructor :
‘valiente decepción,
el mundo entero ostenta al parecer
una dedicatoria de tu parte
en cambio para mí...
Qué decepción de amante, ni un poema’.
¿El mundo entero, dices?
De qué mundo me habla, amado Zeus.
Yo solo tengo un mundo y es usted.

Así que olvida el mundo de las rimas.
Tú me enseñaste que hombre se trata de una tribu
que en lo absoluto caza
con el colgajo hereje
que grita entre mis piernas.
Y no me hagas callar, discreto Zeus.
Ya no soy ese niño. El trofeo
que mostrabas triunfal a tus colegas
es ahora el cabrón
el sodomita que te da por culo por las noches.
Así que no me jodas la movida
y déjame acabar.

Muy bien, terrible Zeus,
aparta ya ese rayo de mis ojos.
Ya tienes tu poema y no pienso escribir,
ni siquiera por ti,
más poesía.
Ya te he dicho, mi vida,
me importan dos pimientos...
(iba a decir pepino, pero no podrá ser porque pepino y dicho riman, ¡hostia puta!)
precisamente, eso es lo terrible
que tiene escribir versos.
Riman por todos lados y no puedo
gozar del privilegio de ser libre.
Yo amo la libertad y no pretendo
seguir con esta vaina de los versos,
cuando lo que yo quiero
es perderme contigo en el misterio,
allá donde no alcancen
ni el odio ni las balas homófobas de nadie.

Y Zeus dirá: adónde.
Dónde quiere marchar
mi niño que ya es hombre.
Dónde quiere marchar
mi condesito noble
mi príncipe de ébano,
ese tritón hijo de la gran puta
al que yo he decretado
con tanto empeño un hombre,
el hombre al que salvaguardé por tantos años
de la ira de dios y de los hombres
que no saben de amor hacia otro hombre.

Dónde quiere marchar mi rey de los geranios,
mi niño que no quiere escribir ya mas cantos.
Dónde quiere vivir:
decíme, niño triste.

Y yo diré seguro contra todo pronóstico:
Donde te dé la gana.
Vámonos rey del cielo
del mundo de los hombres
donde no me interesa ser más hombre.

Pues mira tú por donde,
maldito gilipollas que tanto y tanto amo
desde que soy un niño,
hoy te he escrito un poema.
Aprovéchalo bien, hermoso Zeus
porque no sé hasta cuándo me va a durar, amor
tanta mariconada.


©J. Madison.