Dinosauricos brujos augurando catástrofes,
regresan los poemas del túnel de las almas.
Testamentando al aire sus voluntades ciegas
cuellilargos jurásicos arrastrándose balan.
Les doy consuelo fatuo, mi alimento de nómada,
y de beber canciones astrales olvidadas.
Destierro a los turpiales resueltos de mi lengua
e instauro con la arena milagrosa del alba
inamovibles mundos de secuoyas altivas
que derraman secretos bosques en mi garganta,
pero tercos se niegan a aceptar mi refugio
porque a morir regresan a su casa de fábula.
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Ella llegó de pronto, igual que las tormentas,
un sábado en la noche al inmolarse mayo.
Yo le ofrecí un Martini, como cristal: mi cuerpo.
Yo le presté mi flota. Yo me volví de sándalo.
Mi jerga marinera, todas mis posesiones
a las constelaciones regalé como un bárbaro
sediento de su sangre compuesta de mil razas.
Y ella abrió ponderosa ante su extraño bárbaro
sus tratados mas viejos como pura promesa.
Catedrales de lágrimas coronadas de albatros
vi asomado al ensanche de su boca de antígona,
a Salgari en calzones corriendo tras un gamo,
montado sobre el tiempo corría el tigre de Mompracem.
El mundo sumergido en su mar de vocablos,
dando sentencia firme a mi moción urgente:
¡Vamos, bárbaro triste, adentrate en mis páramos!