viernes, 10 de agosto de 2018

Diplodocus Saurópodo.








Dinosauricos brujos augurando catástrofes,

regresan los poemas del túnel de las almas.

Testamentando al aire sus voluntades ciegas

cuellilargos jurásicos arrastrándose balan.


Les doy consuelo fatuo, mi alimento de nómada,

y de beber canciones astrales olvidadas.

Destierro a los turpiales resueltos de mi lengua

e instauro con la arena milagrosa del alba

inamovibles mundos de secuoyas altivas

que derraman secretos bosques en mi garganta,

pero tercos se niegan a aceptar mi refugio

porque a morir regresan a su casa de fábula.




****



Ella llegó de pronto, igual que las tormentas,

un sábado en la noche al inmolarse mayo.

Yo le ofrecí  un Martini, como cristal: mi cuerpo.

Yo le presté mi flota. Yo me volví de sándalo.


Mi jerga marinera, todas mis posesiones

a las constelaciones regalé como un bárbaro

sediento de su sangre compuesta de mil razas.

Y ella abrió ponderosa ante su extraño bárbaro

sus tratados mas viejos como pura promesa.


Catedrales de lágrimas coronadas de albatros

vi asomado al ensanche de su boca de antígona,

a Salgari en calzones corriendo tras un gamo,

montado sobre el tiempo corría el tigre de Mompracem.

El mundo sumergido en su mar de vocablos,

dando sentencia firme a mi moción urgente:


¡Vamos, bárbaro triste, adentrate en mis páramos!