viernes, 5 de junio de 2020

Historias en la red: Mayores.





John Madison: Historias en la red: Mayores.



(N del A: Los hechos narrados corresponden a la ficción . Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)


    Un contador de historias, de esas que merecen la pena ser llevadas a la gran pantalla, me dijo que solo encontraría el verdadero camino hacia el oficio de escritor cuando me quedara completamente solo.

    Teniendo en cuenta que los mejores consejos en mi carrera como escritor me los había dado aquel novelista, le hice caso y me quedé todo lo Robinson Crusoe que se necesitaba para encontrarme como hombre literario. Incluso colgué un cartel en la entrada de mi rincón bloguero prohibiendo el paso a los lectores curiosos como medida de apoyo al incremento de mi soledad.

Créanme si les digo que no pretendí ser descortés con esas señoras que dejan constancia de sus emociones en la Red y que a menudo se presentaban en mi blog llamándome a boca llena amigo y hasta hermano sin que nos uniera parentesco alguno. Esas señoras saben que yo ni soy escritor ni estoy interesado en ese título al que le tengo un respeto inmenso.  Creo que ese viene a ser el punto en común entre ellas y yo. Más de una vez les he comentado que a mí lo que me pone de escribir es que me vean como un tipo al que le va la movida comunicativa bloggera y punto, porque para llamarme escritor aun me falta mucho. De sobra saben ellas que el anuncio de paso restringido iba en verdad para esos «escritores» de los que estoy hasta el femenino del pollo. O quizás debería decir hasta el pene para no ofenderlos.

    Comprendo que esa peña de memos no tiene idea de lo que abarca en realidad el uso kilométrico del castellano y que en la literatura existen tanto el pollo como la polla, cada cual en su contexto, en beneficio y buena virtud de la palabra. Pero cuando un tipo como yo se lía la manta en la cabeza y sale disparado para el monte en plena caja de comentarios de blogger en defensa del estilo, está hasta la polla y en ningún caso hasta el pene. También podría darse el caso de que quien escribe no sea tan pasional como yo ni esté interesado en defender la riqueza del léxico y por tanto refiera su enojo alegando que ha perdido los papeles, el avión o que: «se me subió la mostaza» —en honor al film del actor francés Louis de Foune de igual nombre— con la delicadeza: «estoy hasta las mismas narices».

    Amén de mandar a freír espárragos trigueros a esos judas escritores, mi cartel cumpliría, además, el cometido de alejar de mis tierras a cierta señorita «escritora» a la que había visitado en su casa virtual movido por su popularidad entre los blogueros. Por esos días la oí mentar tantas veces que una noche junté con las letritas de la sopa que mi asistenta de hogar me había preparado su nombre: Becky G, y provocando con la cuchara un tsunami que arremetió de lleno contra la identidad de sémola de la muchacha, me planteé muy en serio comprobar si en realidad era tan buena narradora. No tuve paciencia para esperar al dia siguiente y esa misma noche me presenté en su blog. Comencé mi análisis con un cuento sobre una palmera que usaba gafas y que quería mantener un affaire con un camello.

    Me pareció una narración mal llevada en el planteamiento, pero no me lancé a decir, ¿por cortesía? lo que en realidad pensé. Sé que fue Ferrand Gómez quien le comentó a Becky que yo era un reputado poeta y textualmente: «Es un Ultraversal y de los grandes», muy rimbombante él —porque a rococó no le gana ni Luis XV—.

    Ferrand no pertenecía al proyecto Ultraversal pero le gustaba la idea y leía todo lo que los Ultraversales exponían en Gogle+. Me consta que también añadió que mis versos le iban a encantar a Becky ya que eran muy re chulos. 

   Estoy seguro que el re chulo de Ferrand se alejaba años estelares de lo que Becky imaginó porque si hay algo para lo que no estoy hecho es para regentear burdeles, aunque pertenezca a esa casta de maromos que se les cae la baba por las currantas de la noche. Ferrand se refería a los huevos que le pongo al arte de escribir. Quiero pensar que fue esa la interpretación que Becky dio a tales referencias y por las que respondió a mi comentario del cuento de la palmera parlante con un breve: «queda usted en su casa».

    Bueno, yo en mi casa hago lo que me sale de las santas pelotas. Meo sin el más mínimo cuidado y además dejo la tapa abierta todo lo que me de el cuerpo y fumo marihuana todo el rato y me paseo, también, en bóxer y algunos días hasta en cueros por todas las estancias. De modo que le tomé la palabra y me adentré en sus textos, en especial en uno donde los protas se daban la del pulpo en un ascensor durante la noche de fin de año.

    Que aquella escena del ascensor iba de amor, lo dijo ella. Para mi gusto una mujer que se arranca las bragas a la desesperada y acaballa a un tipo que acaba de conocer en un ascensor es pornografía barata. Un polvo literario mal llevado en Pekín y hasta en Italia. La tierra que vio nacer a mi ídolo del cine porno: Rocco Sifredi. 

   Ni siquiera Rocco que es un follador excelente —pero un pésimo intérprete— habría llevado tan mal aquella escena, por mucho que los comentaristas aplaudieran y vitorearan a Becky como si ella fuera la nueva Anais Nin.
   

En eso consiste el estilo, en calibrar qué haría el personaje en determinada situación y qué enfoque le daríamos a esa escena . 


Cualquier escritor que se respete sabe que existe una diferenciación entre follarse a un tipo como una perra loca y hacerle el amor desaforadamente a un tipo loco en una noche perra, y esa fue la apreciación que dejé en su entrada, entre otras cuestiones.

    Sí, fue justo ahí donde comenzó la bronca en vivo y en directo. Le aclaré cómo debería llevarse literariamente un polvo de ese calibre y ella a mí que yo solo era un exhibicionista que lavaba sus trapos sucios en la blogosfera. «Uy, te estás pasando tres pueblos, reina», le dije. «Señorita, John, soy señorita», me respondió.

    Pues muy bien, Señorita con «s» mayúscula (así lo escribió ella en su respuesta), sepa que yo he follado en los lugares más inhóspitos e inimaginables. En el interior de un closet, por ejemplo, durante el transcurso de una fiesta que celebré en mi casa. Mi mujer por entonces, Lyn, no tuvo paciencia para esperar que los invitados se marcharan; las fiestas en la Habana son largas.

    En otra ocasión también mantuvimos sexo telefónico. Lyn en la Habana y yo en Grecia. Lyn me largó por esa boquita de asiática lo que ningún escritor de tres al cuarto sería capaz de fabular y no paró hasta asegurarse que su marido alcanzaba las arenas rojas de ese planeta que Truman Capote cita en aquel relato en el que se fuma un canuto de marihuana con una asistenta de hogar: «Un día de trabajo».

    Incluso tuve un polvo memorable en la parada del bus de 48 y 27 cuando aún no estábamos casados. En dependencia de la franja horaria Lyn me practicaba una felación o yo la masturbaba o ella montada directamente sobre mí en aquel banco súper estrechito. Esa noche tocó apagón. Nos dejamos ir tanto que alguien gritó: ¡aguaaaaaaa!… muy largo. Pero ya era tarde, no solo en los relojes, eran las tres de la madrugada.Ya estábamos en Cabo Cañaveral con los motores prendidos y listos para el despegue.

    Sí, Becky, en la literatura el banco de datos del autor cuenta. Aunque la historia narrada sea pura ficción. Así que no me diga que usted tiene una manera de contar muy parecida a la de esa escritora que va de iluminada de los vampiros en la edad del pavo y que no le llega a Bram Stoker ni a la suela de los zapatos. Esa muchacha se hizo famosa gracias a toda esa piara de incultos que le hacía la ola en Internet y a la venta de Merchandising a todas esas adolescentes locas por encontrar a un Edward que les mostrara la posición correcta en una cama para el avistamiento seguro de Cuenca.

    Y hasta ahí no más llegó la discusión porque la Señorita Becky me invitó, amablemente y sin carácter retroactivo, a abandonar la casa que antes me había ofrecido como mía. Me marché y nunca más volví. Ya había olvidado el incidente cuando, una noche, me entró un mensaje suyo por hangouts:

Becky G: Hola escritor.
 
J. Madison: Hola.
 
Becky G: Creí que no ibas a responder.
 
J. Madison: ¿por qué no? Soy un gilipollas amable.
 
Becky G: Te llamo, Juan.
 
J. Madison: No te he dado confianza para que me llames. Y me llamo Madison, no Juan.
 
Becky G: Ya, ni tú te llamas Madison ni tu exmujer se llama Lyn. ¿Verdad?
 
J. Madison: Efectivamente, no hay ninguna Lyn. Me lo inventé.

(Mentí, que es lo que hacemos los hombres malos y los escritores muy buenos). Es cierto que estuve casado con Lyn y que follamos como jamás podrán imaginar los protagonistas del ascensor del relato de Becky en los parques, paradas, callejones y portales de la Habana, pero Lyn no va enterarse de que ahora mismo es la “Marquesa del Chanteclair” en todo blogger porque a ella le interesa un rábano la literatura. Lyn no lee ni el periódico.

Becky G: Pues yo daría cualquier cosa por un poema tuyo, aunque la condición fuera aparecer con un nombre de ficción. Seguro que tu mujer está muy orgullosa de las cosas que escribes.
 
    ¿Mi mujer? Mi mujer actual tampoco sabe una mierda de literatura, pero conociéndome intuyó que yo pondría la pista caliente en blogger desde el primer día y puso el parche antes que la llaga: «Si va a escribir chorradas al menos póngase un seudónimo, pendejo. No me hace maldita gracia que la gente que me conoce se entere que el comemierda de mi marido (así dijo mi mujer, comemierda) anda escribiendo poemas infames donde yo siempre soy la puta caliente del burdel», remató. «Cierto, cariño», le dije entonces.

    Reconozco que hay cierto punto de exhibicionismo en el acto de escribir. Al fin y al cabo es lo que mejor se me da. Encuerarme mientras largo entre lágrimas negras el bodevil. En aquel tiempo me encantaba darle gusto a mi mujer y me inventé un seudónimo que no fue ni comemierda ni pendejo, sino John Madison.

     Justo iba a descolgar para explicarle a Becky que la mujer del pendejo estaba haciendo su entrada en la casa cuando Becky me envió aquella foto posando con un trocito de tela, un top idem a los que las hijas de la puta caliente del burdel que ya avanzaba por el corredor diciendo: «cariñoooo, hay alguien en casaaaa», llevan bajo el anorak cuando salen los sábados a perrear por las discotecas de Barcelona y por el que yo pongo el grito inútilmente en Marte, porque al final ellas se hacen las que no hablan marciano y agarran el bolso y desaparecen.

    No, yo no era el papá de Becky pero también puse el grito en ese planeta que llevo toda la noche mentando y recordé al mirar la foto que si había una mujer a la que yo le arrancaría a mordiscos la ropa si me la encontrara en una esquina era Anastasia Mayo, la actriz porno. Una piba que tiene los pechos de una niña mal comida, pero un trasero para entregarle a ojos cerrados el pin de la cuenta bancaria.

    A mi hermano Yeyo le tocó lo mejor en la tómbola del ADN; metro ochenta, bien parecido y unas manos altamente desarrolladas, contra mi metro sesenta y manos de Meñique. Para nada me estaría quejando si ese Meñique guardara parecido con el Meñique bretero lleva y trae que regenta el único burdel en Poniente, esa Ciudad salida de la serie televisiva «Juego de tronos» porque ese al menos mandaba en su imperio de putas.

    Verdad de la buena es que por muy grandes que a mi mujer le resulten mis manos yo iba a necesitar al menos otro par para agarrar con propiedad las domingas de Becky.

—Mami —escribí presuroso.
 
—Qué, Juan.
 
—Yo no me llamo Juan. Dejate de abuso que ya estoy muy mayor para estas cosas.
 
—No importa. Me gustan los tipos mayores. Quiero invitarte a cenar.
 
—¿A mí?
 
—Sí. Para disculparme por aquella bronca que tuvimos en blogger?

     Becky quería disculparse, pero qué pasaba con la disculpa de todos aquellos comentaristas que aprovecharon la bronca para ponerme públicamente como los trapos, solo porque yo había dado mi punto de vista sobre su narración con sinceridad abierta. En ningún momento fui descortés.

—Oye, olvídalo. Es agua pasada —le dije.
 
—¿Quieres decir que me perdonas? 
 
—Claro, no dije que eras mala escritora. Dije que la escena del ascensor no era en lo absoluto creíble y que estaba mal enfocada
 
—Es igual Juan. ¿Cenamos?
 
—No, no es igual. Y no me llamo Juan, me llamo Madison.





Publicado anteriormente en la revista Ultraversal

10 comentarios:

  1. En este mundo bloguero, entre escritores y comentaristas se producen, a veces, malas interpretaciones. Es un abanico extensísimo de expresiones; cada uno lo hace a su manera, así como cada uno responde y comenta también a la suya. Todo esto está bien siempre que no se cruce esa línea de respeto en la que ambas partes salgan perjudicadas, que, dicho sea de paso, también las hay. Claro, que después puede darse el caso, como en tu relato, que ambos mantengan una conversación privada para enmendar lo ocurrido, otra cosa es que se consiga el propósito… Pero desde luego, no hay nada como la comunicación, ya sea la hablada… o la corporal; y para muchos, la escrita!

    Un placer leerte, John. Me ha encantado.

    Abrazo y feliz finde!

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    1. Decía mi abuela: «dos nonpelean si uno no quiere». La red es buena porque das a conocer textos que de otra manera nunca serian publicados y quedarían en el absoluto olvido. Pero también tiene sus momentos de.malos entendidos. Suele ocurrir.cuando no tienes al interlocutor delante. Yo llevó en la red desde el 2012 y la verdad, para la actividad que he tenido poca cosa me ha pasado. Si supieras que me dolio mucho el cierre.de Google. Tenia allí muchos igos a los que ya no leo porque era allí donde solían público sus textos.

      Mil gracias por la visita, Ginebra.

      Nos leemos.

      Abrazo.

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  2. Cuando escribimos nos exponemos a recibir todo tipo de comentarios, algunos constructivos, los cuales se agradecen muchísimo y otros destructivos, de los que prefiero no hablar ya que en blogger abundamos los amantes de las letras pero no lo críticos literarios. Y tú, mi buen amigo, me consta que cuando haces un comentario sabes enfocarlo muy bien, pero ya se sabe que los malentendidos están a la orden del día... Me ha gustado mucho leerte, John o Madison ;)

    Y sí, a Becky G. le gustan mayores ;)

    Mil besitos con mucho cariño para ti.

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    1. Jajajajaja. Bueno, a Becky solo no. A mí también me gustan mayores. Lo cierto es que cuando se es joven no se tiene muy claro que queremos, querida Aurora.

      Completamente de acuerdo contigo. Decía un escritor cubano muy famoso: "Publica y seras crucificado". Cosa muy cierta. La gente no siempre esta de acuerdo con lo que el otro escribe. Tanto cuando se lee como lector que cuando lo hacemos como escritores. Yo hago dos lecturas. La primera es la de lector porque es la que verdaderamente se disfruta. Ahí no estas pendiente de los errores que pueda contener el texto o de si la información está del todo OK. Yo soy muy de leer. Me aficiones a la lectura en la adolescencia y desde entonces soy librópata.

      Un abrazo grande, Aurora. Y gracias por la visita, lectura y comentarios. Es un lujo tener a alguien que nos lea.

      Besos.

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  3. Todo lo que bien llega, bien recibido sea. Estamos dispuestos a todo cuando exponemos la mano. Unas veces nos quemamos y otras recibimos agua bendita (esto tiene doble lectura), pero si no nos arriesgamos nunca aprenderemos ni para lo bueno ni para alejarnos de lo negativo. Toda crítica, como se suele decir, debe ser constructiva y dicha con asertividad porque nadie está en poder de la verdad absoluta, nadie es maestro.
    Luego está el que escribe y el que lee que, en ocasiones parece que haya un abismo.

    Un beso enorme y un gusto poder disfrutar de tus escritos.

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    1. Así es Maga. Para ganar hay que arriesgar. Y de los errores se aprende mucho. No solo aprendemos cosas interesantes de los aciertos. Es la vida. Yo he aprendido la verdad con un sistema de prueba y error y vuelta a repetir para no equivocarme de nuevo. Pero no solo escribir, en mi profesión pues un tanto de lo mismo.

      Un abrazo grande y millonario me siento con vuestras visitas.

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  4. Primero que todo, me ha hecho mucha gracia la nota del autor antes del texto... aquí en Italia se diría "ha messo le mani avanti"!
    Luego, por lo de las críticas... a mí me gustan que me las hagan, creo que se aprende; obviamente no si son demoledoras; pero entiendo que muchos no las hagan o no digan por miedo a herir. A mí suelen escribirme en privado y me dicen: "mira que en tu último texto 'esto' está equivocado... no se dice así... quizás así quede mejor..." y voy aprendiendo.

    Un beso.

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    1. Toda historia está hecha tanto de la ficción como de la realidad. Que el lector no sepa identificar nunca donde acaba la realidad y comienza la ficción es parte del placer de la lectura. A menos que nos encontremos frente a un texto autobiográfico donde ya el autor advierte que todo lo ocurrido formó parte alguna vez de su realidad. Es bueno que otros lean tus textos y den su opinión. Me ha pasado algunas veces que lo escrito no guardaba relación con la idea que quería plasmar en un principio. A veces uno está tan encariñado con su poema o con su cuento que no se da cuenta de los fallos. Eso es algo completamente normal. Que uno no se de cuenta no es señal de incompetencia, más cuando no se tienen la experiencia y formación para sacar esas cuentas.

      El texto es algo muy personal y duele a veces mucho cuando te dicen que tienes que cortar aquí y allá porque lo que has escrito no es funcional y aquí hablo por experiencia propia.

      Se necesitan muchos años escribiendo y editando para adquirir la sabiduría necesaria para calibrar adecuadamente un texto. Escribir es fácil, lo difícil es sentarse a valorar lo que no le hace honor a tu creación. Incluso escritores que son consagrados con novelas buenas en el mercado editorial tienen además de editores a lectores que dan su opinión. A ver, que en un poema de cinco o seis estrofas cuando ya llevas cierto camino andado eres capaz de darte cuenta por ti mismo de donde están los falos, si has tenido formación dentro de ese campo. Pero en una novela de setecientas o ochocientas páginas con muchos personajes y cambios de narrador y tal es muy difícil por la cantidad de horas que has pasado frente a ese texto sin descanso. Es así como se escriben las novelas. SE necesitan los ojos y la visión de otro para que identifique lo que tú, como humano con un cerebro cansado después tal esfuerzo, no alcanzarás a ver.

      Para eso están la auditorias.

      Un besito grande.

      Un placer recibirte en esta humilde casa, Alma playera.

      Abrazo.

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  5. De veras que es agradable leer tus cosas, John, porque detrás de las historias que cuentas hay una especie de música la cual no tiene relación con la de la Poesía, por supuesto, sino con algo más que me es difícil describir, algo así como el "canto" que percibimos los latinos cuando escuchamos hablar a la gente de otros países en los cuales se habla nuestra misma lengua, como me pasa a mí, como argentino, cuando estoy en Cuba, Colombia, Paraguay o República Dominicana. Además me ha gustado leerla por segunda vez para disfrutar de tu buena letra y de tu cuidada calidad literaria.
    Un abrazo, John.
    Ariel

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  6. Gracias por tu inyección de ánimo, compañero. De cuando en cuando se necesita la compañía de amigos escritores para no colgar la toalla. Escribir es el oficio de los solitarios y los pensadores. Bienvenido. Te agradezco inmensamente la vista, comentarios y sobre todo la compañía. Eso no está pagado ( ni con todo el oro de Moscú)

    Abrazo.

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